jueves, 11 de octubre de 2012

Habla el traductor: Zendegi, de Greg Egan

En una nueva entrega de la ya habitual sección de Artifex Plus en que los traductores nos cuentan los entresijos de su trabajo, hoy os traigo un texto de Carlos Pavón sobre algunos aspectos de su traducción de Zendegi, de Greg Egan.

Podéis encontrar las entregas anteriores de esta sección en los siguientes enlaces:

Manuel de los Reyes habla de Sólo el acero (aquí)

Carlos Gardini habla de Shadowmarch. La frontera de las sombras (aquí)

Manuel de los Reyes habla de Trilogía de Fundación (aquí)

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Breve apunte sobre la traducción de Zendegi

Traducir ciencia-ficción dura, también llamada hard, tiene sus inconvenientes y sus ventajas, pero es una tarea relativamente sencilla; sólo hace falta tener cierto interés por los temas que aborde y sentir cierta fascinación por el devenir tecnológico de esos seres que llamamos humanos. También hace falta paciencia, a montones. Obviamente la del traductor, pero sobre todo la de los expertos en las respectivas especialidades, algunos de ellos dispuestos a aguantar tus preguntas y a aclararte tus dudas con una paciencia que ya hubiese querido para sí Steve Jobs.

Nadie en su sano juicio se atrevería a negar que Greg Egan es un autor de los llamados hard, probablemente el autor más hard que haya existido en la historia del género (debe de estar ahí en el podio acompañado por Hal Clemens y Robert L. Forward), pero aunque duro, el de Perth tiene otras muchas facetas. Valga como ejemplo Zendegi, la novela que me sirve de pretexto para hablar someramente de mi labor como traidor semántico.

Dentro de la producción del australiano, Zendegi es una de esas novelas engañosamente menores, aparentemente blandas, pero que en el fondo ejemplifican a la perfección sus preocupaciones y en las que se puede apreciar mejor la voz de un autor que a decir de algunos* carece de voz. Es en estas narraciones en las que el tono y la cadencia propia de las frases, el armazón que erige el universo ficticio, cobra si cabe mayor relevancia, y en las que cualquier detalle, por nimio que parezca, contribuye en no poca medida a crear la sensación de inmersión en ese universo creado por el autor. Es sobre uno de esos detalles, sobre una de esas nimiedades, sobre lo que me dispongo a hablar.

Cualquier lector familiarizado con la obra de Egan habrá podido comprobar que muchos de sus personajes, ciertamente los que viven en futuros cercanos o relativamente poco profundos, manejan las así llamadas (en traducción) "agendas" (notepads en el original). Las "agendas", preferentemente electrónicas, son (me las imagino, porque no recuerdo que se describan) ordenadores portátiles más pequeños que los ordenadores portátiles, lo que en 2012 llamaríamos notebooks (que no traducimos por "cuadernos"). Diría que estas "agendas", que aparecen ya en su segunda novela, Ciudad Permutación, y son ubicuas en El Instante Aleph y en muchos de sus relatos, son todavía más pequeñas que un notebook, o más bien que es el término paraguas que usa Egan para referirse a cualquier dispositivo electrónico portátil que permite almacenar datos y visualizarlos mediante una pantalla.

En el mundo de Zendegi, que arranca en el Irán de 1931 (según el calendario persa; nuestro 2012 d.C.), y nos lleva hasta casi un par de décadas después, aparecen, como no podía ser menos, esos notepads, pero a poco que uno se fije en cómo los usan los personajes, queda bastante claro que son unos aparatos que se operan pulsando directamente una pantalla con los dedos. "Es táctil, tiene pantalla y no te cabe en el bolsillo, ¿qué es?" "Una tableta", responderían muchos lectores de principios del siglo XXI.

Llegado a este punto, y después de constatar este hecho, algo en apariencia tan sencillo, tan trivial, algo que cualquier lector contemporáneo encontraría de lo más natural, se me presentaba como un dilema: ¿debía respetar la nomenclatura propia del autor, ser fiel a esa "marca de la casa", o debía dejarme arrastrar por la marea léxica del presente? ¿Ceñirme al texto original (al fin y al cabo Egan podría haber usado el término tablet), o llamar castizamente a las cosas por su nombre? O sea, tableta. ¡Pero si hasta el DRAE tiene previsto añadir la correspondiente acepción!

4. f. Dispositivo electrónico portátil con pantalla táctil y con múltiples prestaciones.

Para mí, que ya voy tirando para viejo, las tabletas siempre habían sido de chocolate, y admito que me cuesta incorporar estos vocablos que se acuñan a veces con prisa, a veces a destiempo, y nunca al gusto de nadie. Pero podría pensarse que el caso concreto de tablet es bastante sencillo y que su trasvase resulta totalmente natural, así que, aunque por un lado de algún modo estaría traicionando el espíritu del universo eganiano, y hasta cierto punto enmendándole la plana al autor, por el otro no podía negar el hecho de que en realidad lo más natural sería usar el término acuñado.

Meditaba yo sobre cómo la marea léxica del ahora sube desde el otro lado del Atlántico, cómo baja, vuelve a subir, vuelve a bajar, y por el camino, en la playa en la que se dan la mano pasado, presente y futuro, van quedando esos horrores del idioma coagulado: el afamado "cederrón", el infrecuente "cibercorreo", el impepinable "bluyín". Dilema, dilema, dilema, meditaba yo.

Contemplando esa playa salpicada de voces quiméricas, hice balance y llegué a la conclusión de que: 1) el autor bien podría haber usado el término tablet y que si no lo había hecho sería por algo, 2) no sólo estaría siendo coherente con el resto de las traducciones existentes, estaría contribuyendo a mantener el imaginario del autor, una de sus señas de identidad (insignificante, pero no por ello menos importante) y 3) no me quitaba de encima ese regusto a chocolate. Después de mucho tribular, la decisión estaba tomada: por muy táctiles que fueran, las "agendas" seguirían llamándose "agendas".

No quiero dejar pasar la oportunidad que me brinda esta sección para comentar el título de la novela.

Como lector, no suelo ser consciente del título de un libro mientras lo estoy leyendo; precisamente por ser lo primero que me llega, suelo relegarlo de forma automática, subconsciente, a un segundo plano. Estoy seguro de que debí de buscar qué significaba zendegi mientras leía por primera vez la novela en algún momento de 2010, pero debido a esta (mala) costumbre mía, no tuve muy presente su significado durante la lectura. Fue sólo algún tiempo después cuando pensé en ello, y tenerlo presente me permitió profundizar en algunos aspectos del libro que hasta ese momento se me habían pasado por alto.

Salvo en su capítulo inicial, Zendegi se desarrolla en su totalidad en Irán, y en ella son abundantes los vocablos y las frases en persa. Zendegi no es otra cosa que el nombre de uno de los sistemas de realidad virtual más importantes en la región de Oriente Medio/Asia Occidental. El nombre completo del sistema es Zendegi-ye-Behtar, que vendría a significar algo así como "una vida mejor". Zendegi a secas significa "vida".

*Son numerosos los lectores que confunden "estilo" con "amaneramiento".

1 comentario:

  1. Como siempre muy interesantes las vivencias de los traductores, siempre se aprende algo.

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